La alquimia se practicó aproximadamente desde el siglo IV a. C. hasta el surgimiento de la química y las ciencias naturales, a comienzos del XVII. Tres fueron los objetivos fundamentales que persiguieron los alquimistas, pero todo se reducía en la búsqueda de la piedra filosofal, considerada como la única sustancia capaz de conseguir la transmutación, la panacea universal y la inmortalidad. La creencia más extendida afirmaba que esta sustancia, puesta en un metal innoble como el hierro, mediante el proceso de fusión, sería transformada en oro.
A la Piedra Filosofal se le atribuyen tres virtudes:
- Transforma en oro el mercurio o el plomo en fusión.
- Constituye un enérgico depurativo de la sangre y, cuando se la ingiere, cura cualquier enfermedad.
- También actúa sobre las plantas, y las hace crecer, madurar y dar frutos en unas horas.
Los intentos de elaboración de la piedra resultaron arriesgados, requiriendo tiempo y dinero para llevarse a cabo, además de una enorme paciencia. El trabajo con materiales inflamables o explosivos, como la polvora, supuso un factor de riesgo para las practicas alquímicas.
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